Todavía recuerdo la primera vez que oí su nombre “El Risto ese que mala leche tiene” y por aquel entonces lo parecía. Años más tarde aquel hombre de traje oscuro y corazón antiguo era todo un ejemplo de color y genialidad en las clases de Marketing. Sin duda unos de los placeres de estudiar Administración y Dirección de Empresas fue descubrirle, de ver como aquel caballero de triste figura era capaz de jugarse la boca por defender su ideología.
Risto Mejide Roldán, nuestro Risto, es todo un Quijote a lomos de una sociedad que rara vez se entiende así misma. Tan oscuro que roza la locura, tan genial que solo lo entienden los locos, tan genio que cada palabra es una gota originada por el deshielo de la creatividad.
Risto Mejide Roldán, nuestro Risto, es todo un Quijote a lomos de una sociedad que rara vez se entiende así misma. Tan oscuro que roza la locura, tan genial que solo lo entienden los locos, tan genio que cada palabra es una gota originada por el deshielo de la creatividad.
Publicista, director creativo, muso de la tele o boxeador en el ring de las letras y al fin y al cabo qué más da, todas las palabras de esta entrada serán solo unos boxes con las gomas sueltas para describir a alguien que, tras 18 años de llamarse Ricardo, cambió toda su herencia por ser Risto.
Tras años de ver por sus cristales uno daría los aros que su musa tiene el pezón por una de sus clases, por ser alumno de uno de sus máster, bien lo sabe San Antonio Machado. Ha hecho de la música y su pasión por ella un ritmo solo al alcance del silencio, ha hecho de las notas blancas del pentagrama las manos de Stevie Wonder.
Como no empaparnos, con la que está cayendo, con alguien que ha hecho de la mala leche un producto, como no enamorarse de lo diferente, de lo molesto, de aquello que nos rechaza. Seguro que Valle-Inclán, desde las nubes, ha encontrado su sombra hermana entre tantas luces de bohemia.
Simón Hernández (@Sihea12)
Tras años de ver por sus cristales uno daría los aros que su musa tiene el pezón por una de sus clases, por ser alumno de uno de sus máster, bien lo sabe San Antonio Machado. Ha hecho de la música y su pasión por ella un ritmo solo al alcance del silencio, ha hecho de las notas blancas del pentagrama las manos de Stevie Wonder.
Como no empaparnos, con la que está cayendo, con alguien que ha hecho de la mala leche un producto, como no enamorarse de lo diferente, de lo molesto, de aquello que nos rechaza. Seguro que Valle-Inclán, desde las nubes, ha encontrado su sombra hermana entre tantas luces de bohemia.
Simón Hernández (@Sihea12)